Mis visitas

divendres, 22 de febrer del 2013


Capítulo 3: Uriel y Rélika

 “Hola, preciosa. Por fin duermes. Por fin no te enteras de nada. Por fin podrás ayudarme, sin prejuicios, y...”
Aquella noche, mientras soñaba, un hombre con una sonrisa fúnebre y unos dientes afilados me dijeron esta extraña frase, y me desperté de repente. Respiraba aceleradamente, jadeaba. Giré la mirada, y suspiré de alivio al ver que Byok continuaba durmiendo, a mi lado.
El color azul del cielo aún era tenue, y el sol no se había mostrado del todo. Me levanté y bajé unos pocos escalones de las escaleras. Saqué la cabeza y vi que había gente desayunando y los padres de Rélika trabajando detrás de la barra.
Volví a la buhardilla. No sabía cómo podíamos salir sin que nos viese nadie, ya que si los dueños de la posada nos pillaban nos harían pagar una buena multa o nos podrían penalizar con torturas o llevarnos a la cárcel de Dernia.
Sí, mi objetivo era llegar a Dernia, pero no de aquella forma. Le acaricié el pelo a Byok y le susurré al oído para que se despertase.
-Buenos días, pequeño. Levántate ya. Tenemos que irnos.
Abrió sus ojitos lentamente y, al verme, sonrió, aún medio adormilado. Se sentó y me miró, intrigado.
-¿Dónde estamos?
-¿Recuerdas que ayer nos paramos en una posada? No me encontrabas, y le dijiste al encargado que no tenías sitio donde dormir. Él te dio esta manta y dejó que pasaras la noche en la buhardilla.
-¿Dónde estabas, ayer?
Su pregunta me sorprendió. Pensaba que, como sólo era un niño pequeño, no le importaría dónde me había metido la noche anterior y me haría caso en lo que le pidiese.
-Tuve unos problemas…
Mi argumento no lo convencía. Puso cara de malos amigos, y cruzó sus brazos, con gesto de incredulidad.
-Lo siento, Byok. Siento haberte dejado solo. Busqué a una persona importante, y después bebí demasiado de una botella de ravish.
-Papá bebía el ravish ése y vomitaba siempre.
Parecía que le hubiese sacado la importancia de golpe. Fingí una carcajada, y él me siguió el rollo y se puso a reír. Enseñaba sus pequeños dientes blancos y cerraba ligeramente aquellos ojitos llenos de dulce inocencia. Ya se había olvidado de mi negligencia, o al menos eso parecía, y lo abracé y lo cogí en brazos.
Antes de bajar las escaleras, miré un punto fijo de la pared, y abrí los ojos lo máximo que pude. Los mantenía abiertos, evitaba pestañear. Se me iban enrojeciendo y me picaban. Tenía la necesidad de cerrarlos, pero no podía. Tenía que conseguirlo.
Entonces, por fin, una lágrima cristalina me salió del lóbulo y me descendió lentamente por la mejilla izquierda. El otro ojo no se pudo resistir, que dejó caer otra.
Era perfecto. Con aquellas lágrimas de cocodrilo y unos conocimientos básicos de interpretación, podía fingir que estaba muy triste y lloraba a lágrima viva.
Bajé las escaleras a pinitos, intentando no tropezar gracias al peso extra del cuerpo de Byok, que precisamente no pesaba poco. La taberna estaba llena de gente. Todos se levantaban temprano y desayunaban con tranquilidad. Los padres de Rélika estaban a la barra, limpiando vasos y platos. A veces, la mujer se adentraba a la cocina para preparar los desayunos. Ante la mirada expectante de toda la gente, cabalgué ridículamente y a punto de caerme patéticamente al suelo hacia la barra. El hombre me miró, sorprendido. También parecía disgustado, y eso me hizo recorrer un escalofrío por la espalda.
-Señor… siento mucho lo que he hecho. Sé que no me tendría que haber aprovechado de la situación y quedarme a dormir a la buhardilla con el pobre niño, pero es que no lo quería dejar solo… Es mi hermanito pequeño –mentía descaradamente, con una voz encogida y entrecortada, y me iban cayendo poco a poco unas lágrimas más falsas que mi actuación de niña pobre-. No tenemos dinero. Queremos ir a Dernia. Me he traído unos cuantos… objetos de valor. Para venderlos. Y no lo podía dejar solo… Sólo tiene siete años. Nuestros padres son muertos, y…
-Cállate –hizo que mi boca se cerrara instantáneamente al hacer un gesto similar al de cuando se termina un concierto y el director ordena a los músicos que hagan callar los instrumentos-. No digas nada más. Dame todo el dinero que lleves encima y podréis marcharos sin problemas. Eso sí, no volveréis a entrar nunca más a la posada, ni haréis el intento.
Traté de agradecerle lo que acababa de hacer, pero no permitió que abriese la boca haciendo otro gesto de director de orquesta. Saqué todas las monedas de cobre y bronce que fingía que llevaba encima, ante la decepción del hostalero. Se me dibujó una pequeña sonrisa y, caminando lentamente y en silencio, me acerqué a la puerta. Dejé a Byok al suelo para que caminara, y le di la mano.
Salimos del hostal y cerré la puerta. Le solté la mano y comenzamos a andar un poco, aunque yo estaba bastante decepcionada por no haber tenido éxito en la busca de Carfel.
De repente, mientras andábamos, la puerta de la posada se abrió. Una cabellera anaranjada y una expresión facial pasiva se acercaba hacia nosotros. Cuando estuvo delante nuestro, Rélika soltó tal carcajada que parecía que se le hubiese taponado la nariz y tratase de respirar.
-¿Adónde vais, Lymra? –sonreía mostrando sus dientes torcidos. Movió la cabeza, porque su flequillo mal cortado no le tapase los ojos amarillentos.
-A Dernia. ¿Qué haces aquí, Rélika?
-¿De veras vas a Dernia? ¡Ostras! Quiero venir contigo. Por favor. Hace tiempo que lo deseo.
-¿Deseas ir a Dernia?
-No, mujer. Deseo escapar de esta maldita posada. Estoy hasta de lo que no suena.
-Pero ¿no es tu casa?
-Por eso lo digo.
Decidí no decirle nada más, y continué caminando. Byok y Rélika me seguían como perritos y tenían una estúpida conversación que no llegaba a ningún sitio.
Caminamos durante toda la mañana y nos paramos a la orilla de un riachuelo. Bebimos un poco de agua, y nos quedamos allí durante el mediodía para descansar y comer un poco.
Cuando el sol ya no iluminaba tan fuertemente, nos levantamos para continuar el viaje. De lejos, pero, apareció una persona. Un anciano. Tenía el pelo blanco que le llegaban a los hombros y se había dejado crecer un bigote ondulado. Nos saludó y parecía muy contento. Rélika me susurró que huyéramos, pero a mí me daba pena ser tan desconsiderados, así que ni me moví.
-Hola, majos. ¿Qué hacéis, aquí? Os recomiendo que no permanezcáis aquí mucho rato. Este sitio es peligroso. Del riachuelo salen animales con los dientes afilados como hachas, que tienen pinchos venenosos y que escupen vino de ravish. ¿Enserio queréis correr el riesgo de quedaros aquí? Además, estos animales no sólo nadan, sino que también se arrastran por el suelo, como serpientes.
-Disculpe, buen hombre –dije, fingiendo una sonrisa amable-. Nosotros ahora partíamos y nos hemos quedado un rato para descansar y comer alguna cosa.
-No me digas que habéis bebido agua del riachuelo.
-Pues sí, viejo raquítico, ¿algún problema? ¿Podemos continuar nuestro camino sin que usted nos moleste? –dijo Rélika, irritada.
-¡Muy mal, chiquillos! En breves momentos notaréis un dolor de barriga y de cabeza terribles y os saldrán granitos rojos como la sangre. Pero no sufráis. Si venís a mi casa, os cuidaré como príncipes, y hasta la nobleza de Finayel os tendrá envidia.
-Me imagino que usted es un lunático –Rélika ya no podía más-. ¡Déjenos tranquilos, hombre! Que usted lo único que quiere es que no vayamos a Dernia. Basta ya de molestarnos. No me creo esta parafernalia del agua envenenada ni de los animales que escupen ravish. No somos de este tipo de personas estúpidas y crédulas.
-Pues yo me lo creo –dije, seria-. No porque no crea que está loco, sino porque el estómago me hace ruidos similares a los de los rayos y truenos. Señor, le agradeceríamos que nos llevase a su casa y nos ayudase. He sido una inmadura en no darme cuenta que el agua tenía un color raro y sabía a carbón. Mi amiga Rélika –la señalé- ha estado la más inmadura, ya que no se ha creído su convincente argumento.
-Veo que también hay jóvenes inteligentes. Anda, majos, seguidme.
Se puso delante nuestro y comenzó a caminar entre los árboles del bosque. Rélika, enfadada, me preguntó en voz baja que por qué le había hecho caso a aquel abuelo tan roñoso y hecho polvo. Yo, no le respondí. Simplemente sonreí, divertida por la situación.
Después de andar durante unos diez minutos, la cabeza estaba a punto de estallarme y una tormenta saqueaba mi vientre. Tenía ganas de vomitar, pero quería esperar a que llegásemos a la casa de aquel señor tan amable.
-Lymra… la barriga me duele… mamá me dará remedios, romero de color lila… -repetía todo el rato Byok, con una voz cansada, resoplando todo el rato.
-Tranquilo, peque –respondía yo, con una voz dulce y delicada-. En nada llegaremos a la casa de este buen hombre y nos darán unos remedios quizá mejores que los de tu madre.
Andamos un poco más y nos paramos delante de una pequeña casa con jardín. Atado a un palo de madera con una soga, había un perro con el pelo de color marrón que ladraba, muy nervioso. Seguramente lo habían atado a la fuerza y él estaba ansioso por escapar de allí.
-Basta, Belk, basta. ¡Basta! Ya te he dado suficientes salchichas, hoy. No necesitas más. Por la noche te traeré agua y mañana más comida. No seas impaciente.
-Discúlpeme –dijo Rélika, que ya no estaba enfadada-. ¿Por qué tiene al perro atado? Es normal que esté nervioso. Tendría que desatarlo y dejarlo jugar, porque…
-No, eso nunca –de repente, la cara del anciano se oscureció. Parecía que la pobre Rélika hubiese invocado al Dios de las sombras, por la cara de enfurecido que hacía él-. Si lo soltara… ¡ay, si lo soltara! Correría como el animal feroz y salvaje que es, iría a los pueblos y ciudades y mordería a todo el que pasara por sus alrededores, escamparía la rabia. Es un perro enfermizo, y le queda poco tiempo de vida. Por eso nunca lo desato. Lo cuido, pero bien atado porque no escape. Es mejor eso que dejarlo morir.
Algo sorprendida por aquella respuesta, la boca se le cerró de golpe. No articuló otra palabra.
El señor nos preparó tres sábanas para que pudiésemos dormir en una habitación donde hacía mucho calor.
-Por cierto, majos. Me llamo Fauro. Podéis llamarme yayo, como si fueseis mis nietos. De veras que no me importa si lo hacéis.
Nos trajo unos cuencos de sopa con hierbas medicinales y pan caliente. Nos trajo también un trapo mojado a cada uno para que nos lo pusiésemos en la cabeza, cerró la puerta y nos dejó porque durmiésemos unas horitas.
Cada vez me sentía peor. Parecía que alguien utilizase mi cabeza como si fuera un tambor. La tormenta de mi estómago era impresionante. Tenía la sensación de que alguien me había cogido y me había hecho girar el cuerpo como una peonza.
Me levanté un par de veces para vomitar en el jardín. Me arrepentí, me sentía mal por Fauro, pero él mismo me dijo que no era ningún problema y que ya lo limpiaría. Byok gritaba y cantaba una canción insoportable y sin ningún argumento lógico. El problema añadido era que Rélika se agregaba en su concierto, cantaba como un cerdo al que lo estaban torturando.
Era horrible, y sus chillidos y canciones hacían que mi cabeza fuese a mil por hora y no pudiese conciliar el sueño. Después, pero, se dejaron consumir por el virus poco a poco y, finalmente, se durmieron.
Dormimos horas y horas, durante toda la tarde y noche. A la mañana siguiente, abrí los ojos, y me sentí fresca como una rosa. Rélika y Byok aún dormían, plácidos, como si nunca hubiesen vivido despiertos.
Me levanté, estiré los brazos para acabar de desvelarme y salí de la habitación. Fui a una pequeña sala, donde olía muy bien, a flor aromática. Sentado delante de una mesa de mármol estaba Fauro, bebiendo de una taza un té verdoso.
-Hola, bonita –dijo el anciano, sin levantar la mirada de la taza-. ¿Has dormido bien? ¿Han dado resultado mis remedios caseros? Espero que sí. Siempre me esfuerzo mucho en prepararlos. Si quieres, puedes salir afuera a tomar el aire. Pero, si quieres, puedes quedarte aquí, si tienes mucha hambre. Tengo de todo. Leche. Pan. Queso. Más queso. Más pan. Infusiones de todo tipo. Judías. Pero las judías, para desayunar… También tengo mermeladas. Hechas por mi nieto. Un chico precioso, que galopa a caballo cada día únicamente para hacer deporte. Que me cuida, que está por mí a todas horas. Que va a Delino para comprarle comida a Belk. Que…
-Un momento, Fauro. ¿Me acaba de decir que su nieto va a Delino para comprarle comida al perro?
-Exacto. Veo que no tienes problemas de oído.
Aquello en teoría era una broma, pero a mí no me hizo la más mínima gracia.
-¿Dónde está su nieto?
-Veo que te interesa. Normal. Está hecho todo un hombretón. Gusta a todas las mujeres que lo conocen. Está afuera, en el establo, con su caballo, Rayo. Tiene el pelo negro como el carbón, y la crin es blanca como la nieve fría del invierno, y…
No escuché nada más que aquello. Salí de la casa por la puerta de atrás y busqué el establo, desesperada. Cuando por fin llegué, me encontré a la persona que menos esperaba sobre aquel caballo tan precioso que Fauro había mencionado.
-¡Lymra! –dijo aquella voz tan familiar.
Uriel se bajó del caballo, sonriente. Me apretó la mano sin que le diese permiso, pero tampoco se la retiré.
-Uriel… no me esperaba encontrarte aquí. ¿Eres tú, el nieto tan perfecto de Fauro?
-Te ha dicho que soy precioso y mentiras de este tipo, ¿verdad? Está loco. No te lo creas. Pero lo quiero mucho. Y tú, ¿qué haces aquí?
-¿Iris no está contigo? –pregunté, ignorando lo que me había dicho.
-Iris y yo no salimos. Sólo nos liamos, nada más. Tampoco conozco nada de su vida. Sólo sé que vive en una casa de por aquí, pero tampoco he ido nunca. A menudo voy a la Mulsiak Laak, porque los dueños son amigos míos. Siento haberte dejado borracha ayer, Lymra. Vine aquí con Iris, para hacer cosas… privadas –me sorprendió que fuese tan directo-. No me quedé a dormir en la posada. Uf, ¡ya me gustaría hacerlo tan solo una noche! Las habitaciones son más caras que comprar un caballo como éste –señaló, orgulloso, a Rayo-. ¿Qué haces, tú, aquí?
-¡Eres charlatán como tu abuelo! –dije, y él se puso a reír- Iba rumbo a Dernia, con el niño aquel, Byok, y otra chica, una amiga mía. Resulta que, por error, ayer nos paramos a un riachuelo de por aquí y bebimos un poco de agua, que estaba contaminada.
-¡Ah, el riachuelo de Martreg! Es duro, no darse cuenta de que aquellas aguas están contaminadas. Pero, con los remedios de mi abuelo, en un día te sientes de maravilla.
-Uriel –dije, interrumpiendo sus habladurías-. Me ha sorprendido verte aquí, pero te lo pediré de todos modos. ¿Podrías llevarnos a Delino? Fauro me ha dicho que vas a menudo a comprar comida para el perro, y…
-¡Claro! –dijo, rápidamente, con una sonrisa- A parte de Rayo, tengo una yegua, Perla. Es un sol. Tu amiga y el niño pueden ir con ella y tú y yo con Rayo. Por mí ningún problema. Es más, sería un honor para mí llevar a una chica tan preciosa a su destinación…
Se me quedó mirando, con aquellos ojos verdes tan iluminados, y se me iba acercando lentamente para besarme. Cuando notaba su aliento y nuestros labios estaban a menos de un centímetro de distancia, me aparté y entré corriendo a la casa.
Nunca me había besado con nadie. Y no quería que la primera vez fuese de aquella manera…


2 comentaris:

  1. Molt bé Rebe.
    Dinàmic, divertit i entretingut.
    Tens sort, almenys a tu si et deixen escriure, segur que és perquè ho fas molt bé.
    Continua.
    Petonets

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  2. Mira qui parla, no el deixen escriure però cada dia fa tres o quatre poemes...Bah!!
    Rebeca, molt bé, escrius molt bé i fa ganes de més!!!!Continua, aviam si ariben d'una vegada a Dernia i aviam què passa allà.

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