Capítulo 3: Uriel y Rélika
“Hola,
preciosa. Por fin duermes. Por fin no te enteras de nada. Por fin podrás
ayudarme, sin prejuicios, y...”
Aquella noche, mientras
soñaba, un hombre con una sonrisa fúnebre y unos dientes afilados me dijeron
esta extraña frase, y me desperté de repente. Respiraba aceleradamente, jadeaba.
Giré la mirada, y suspiré de alivio al ver que Byok continuaba durmiendo, a mi
lado.
El color azul del cielo aún
era tenue, y el sol no se había mostrado del todo. Me levanté y bajé unos pocos
escalones de las escaleras. Saqué la cabeza y vi que había gente desayunando y
los padres de Rélika trabajando detrás de la barra.
Volví a la buhardilla. No sabía
cómo podíamos salir sin que nos viese nadie, ya que si los dueños de la posada
nos pillaban nos harían pagar una buena multa o nos podrían penalizar con
torturas o llevarnos a la cárcel de Dernia.
Sí, mi objetivo era llegar a
Dernia, pero no de aquella forma. Le acaricié el pelo a Byok y le susurré al
oído para que se despertase.
-Buenos días, pequeño.
Levántate ya. Tenemos que irnos.
Abrió sus ojitos lentamente
y, al verme, sonrió, aún medio adormilado. Se sentó y me miró, intrigado.
-¿Dónde estamos?
-¿Recuerdas que ayer nos
paramos en una posada? No me encontrabas, y le dijiste al encargado que no
tenías sitio donde dormir. Él te dio esta manta y dejó que pasaras la noche en
la buhardilla.
-¿Dónde estabas, ayer?
Su pregunta me sorprendió.
Pensaba que, como sólo era un niño pequeño, no le importaría dónde me había
metido la noche anterior y me haría caso en lo que le pidiese.
-Tuve unos problemas…
Mi argumento no lo convencía.
Puso cara de malos amigos, y cruzó sus brazos, con gesto de incredulidad.
-Lo siento, Byok. Siento
haberte dejado solo. Busqué a una persona importante, y después bebí demasiado
de una botella de ravish.
-Papá bebía el ravish ése y
vomitaba siempre.
Parecía que le hubiese sacado
la importancia de golpe. Fingí una carcajada, y él me siguió el rollo y se puso
a reír. Enseñaba sus pequeños dientes blancos y cerraba ligeramente aquellos
ojitos llenos de dulce inocencia. Ya se había olvidado de mi negligencia, o al
menos eso parecía, y lo abracé y lo cogí en brazos.
Antes de bajar las escaleras,
miré un punto fijo de la pared, y abrí los ojos lo máximo que pude. Los
mantenía abiertos, evitaba pestañear. Se me iban enrojeciendo y me picaban.
Tenía la necesidad de cerrarlos, pero no podía. Tenía que conseguirlo.
Entonces, por fin, una lágrima
cristalina me salió del lóbulo y me descendió lentamente por la mejilla
izquierda. El otro ojo no se pudo resistir, que dejó caer otra.
Era perfecto. Con aquellas
lágrimas de cocodrilo y unos conocimientos básicos de interpretación, podía
fingir que estaba muy triste y lloraba a lágrima viva.
Bajé las escaleras a pinitos,
intentando no tropezar gracias al peso extra del cuerpo de Byok, que
precisamente no pesaba poco. La taberna estaba llena de gente. Todos se
levantaban temprano y desayunaban con tranquilidad. Los padres de Rélika
estaban a la barra, limpiando vasos y platos. A veces, la mujer se adentraba a
la cocina para preparar los desayunos. Ante la mirada expectante de toda la
gente, cabalgué ridículamente y a punto de caerme patéticamente al suelo hacia
la barra. El hombre me miró, sorprendido. También parecía disgustado, y eso me
hizo recorrer un escalofrío por la espalda.
-Señor… siento mucho lo que
he hecho. Sé que no me tendría que haber aprovechado de la situación y quedarme
a dormir a la buhardilla con el pobre niño, pero es que no lo quería dejar
solo… Es mi hermanito pequeño –mentía descaradamente, con una voz encogida y
entrecortada, y me iban cayendo poco a poco unas lágrimas más falsas que mi
actuación de niña pobre-. No tenemos dinero. Queremos ir a Dernia. Me he traído
unos cuantos… objetos de valor. Para venderlos. Y no lo podía dejar solo… Sólo
tiene siete años. Nuestros padres son muertos, y…
-Cállate –hizo que mi boca se
cerrara instantáneamente al hacer un gesto similar al de cuando se termina un
concierto y el director ordena a los músicos que hagan callar los
instrumentos-. No digas nada más. Dame todo el dinero que lleves encima y
podréis marcharos sin problemas. Eso sí, no volveréis a entrar nunca más a la
posada, ni haréis el intento.
Traté de agradecerle lo que
acababa de hacer, pero no permitió que abriese la boca haciendo otro gesto de
director de orquesta. Saqué todas las monedas de cobre y bronce que fingía que
llevaba encima, ante la decepción del hostalero. Se me dibujó una pequeña
sonrisa y, caminando lentamente y en silencio, me acerqué a la puerta. Dejé a
Byok al suelo para que caminara, y le di la mano.
Salimos del hostal y cerré la
puerta. Le solté la mano y comenzamos a andar un poco, aunque yo estaba
bastante decepcionada por no haber tenido éxito en la busca de Carfel.
De repente, mientras
andábamos, la puerta de la posada se abrió. Una cabellera anaranjada y una
expresión facial pasiva se acercaba hacia nosotros. Cuando estuvo delante
nuestro, Rélika soltó tal carcajada que parecía que se le hubiese taponado la
nariz y tratase de respirar.
-¿Adónde vais, Lymra?
–sonreía mostrando sus dientes torcidos. Movió la cabeza, porque su flequillo
mal cortado no le tapase los ojos amarillentos.
-A Dernia. ¿Qué haces aquí,
Rélika?
-¿De veras vas a Dernia?
¡Ostras! Quiero venir contigo. Por favor. Hace tiempo que lo deseo.
-¿Deseas ir a Dernia?
-No, mujer. Deseo escapar de
esta maldita posada. Estoy hasta de lo que no suena.
-Pero ¿no es tu casa?
-Por eso lo digo.
Decidí no decirle nada más, y
continué caminando. Byok y Rélika me seguían como perritos y tenían una
estúpida conversación que no llegaba a ningún sitio.
Caminamos durante toda la
mañana y nos paramos a la orilla de un riachuelo. Bebimos un poco de agua, y
nos quedamos allí durante el mediodía para descansar y comer un poco.
Cuando el sol ya no iluminaba
tan fuertemente, nos levantamos para continuar el viaje. De lejos, pero,
apareció una persona. Un anciano. Tenía el pelo blanco que le llegaban a los
hombros y se había dejado crecer un bigote ondulado. Nos saludó y parecía muy
contento. Rélika me susurró que huyéramos, pero a mí me daba pena ser tan
desconsiderados, así que ni me moví.
-Hola, majos. ¿Qué hacéis,
aquí? Os recomiendo que no permanezcáis aquí mucho rato. Este sitio es
peligroso. Del riachuelo salen animales con los dientes afilados como hachas,
que tienen pinchos venenosos y que escupen vino de ravish. ¿Enserio queréis
correr el riesgo de quedaros aquí? Además, estos animales no sólo nadan, sino
que también se arrastran por el suelo, como serpientes.
-Disculpe, buen hombre –dije,
fingiendo una sonrisa amable-. Nosotros ahora partíamos y nos hemos quedado un
rato para descansar y comer alguna cosa.
-No me digas que habéis
bebido agua del riachuelo.
-Pues sí, viejo raquítico,
¿algún problema? ¿Podemos continuar nuestro camino sin que usted nos moleste?
–dijo Rélika, irritada.
-¡Muy mal, chiquillos! En
breves momentos notaréis un dolor de barriga y de cabeza terribles y os saldrán
granitos rojos como la sangre. Pero no sufráis. Si venís a mi casa, os cuidaré
como príncipes, y hasta la nobleza de Finayel os tendrá envidia.
-Me imagino que usted es un
lunático –Rélika ya no podía más-. ¡Déjenos tranquilos, hombre! Que usted lo
único que quiere es que no vayamos a Dernia. Basta ya de molestarnos. No me
creo esta parafernalia del agua envenenada ni de los animales que escupen
ravish. No somos de este tipo de personas estúpidas y crédulas.
-Pues yo me lo creo –dije,
seria-. No porque no crea que está loco, sino porque el estómago me hace ruidos
similares a los de los rayos y truenos. Señor, le agradeceríamos que nos
llevase a su casa y nos ayudase. He sido una inmadura en no darme cuenta que el
agua tenía un color raro y sabía a carbón. Mi amiga Rélika –la señalé- ha
estado la más inmadura, ya que no se ha creído su convincente argumento.
-Veo que también hay jóvenes
inteligentes. Anda, majos, seguidme.
Se puso delante nuestro y
comenzó a caminar entre los árboles del bosque. Rélika, enfadada, me preguntó
en voz baja que por qué le había hecho caso a aquel abuelo tan roñoso y hecho
polvo. Yo, no le respondí. Simplemente sonreí, divertida por la situación.
Después de andar durante unos
diez minutos, la cabeza estaba a punto de estallarme y una tormenta saqueaba mi
vientre. Tenía ganas de vomitar, pero quería esperar a que llegásemos a la casa
de aquel señor tan amable.
-Lymra… la barriga me duele…
mamá me dará remedios, romero de color lila… -repetía todo el rato Byok, con
una voz cansada, resoplando todo el rato.
-Tranquilo, peque –respondía
yo, con una voz dulce y delicada-. En nada llegaremos a la casa de este buen
hombre y nos darán unos remedios quizá mejores que los de tu madre.
Andamos un poco más y nos
paramos delante de una pequeña casa con jardín. Atado a un palo de madera con
una soga, había un perro con el pelo de color marrón que ladraba, muy nervioso.
Seguramente lo habían atado a la fuerza y él estaba ansioso por escapar de
allí.
-Basta, Belk, basta. ¡Basta!
Ya te he dado suficientes salchichas, hoy. No necesitas más. Por la noche te
traeré agua y mañana más comida. No seas impaciente.
-Discúlpeme –dijo Rélika, que
ya no estaba enfadada-. ¿Por qué tiene al perro atado? Es normal que esté
nervioso. Tendría que desatarlo y dejarlo jugar, porque…
-No, eso nunca –de repente,
la cara del anciano se oscureció. Parecía que la pobre Rélika hubiese invocado
al Dios de las sombras, por la cara de enfurecido que hacía él-. Si lo soltara…
¡ay, si lo soltara! Correría como el animal feroz y salvaje que es, iría a los
pueblos y ciudades y mordería a todo el que pasara por sus alrededores, escamparía
la rabia. Es un perro enfermizo, y le queda poco tiempo de vida. Por eso nunca
lo desato. Lo cuido, pero bien atado porque no escape. Es mejor eso que dejarlo
morir.
Algo sorprendida por aquella
respuesta, la boca se le cerró de golpe. No articuló otra palabra.
El señor nos preparó tres sábanas
para que pudiésemos dormir en una habitación donde hacía mucho calor.
-Por cierto, majos. Me llamo
Fauro. Podéis llamarme yayo, como si fueseis mis nietos. De veras que no me
importa si lo hacéis.
Nos trajo unos cuencos de
sopa con hierbas medicinales y pan caliente. Nos trajo también un trapo mojado a cada
uno para que nos lo pusiésemos en la cabeza, cerró la puerta y nos dejó porque
durmiésemos unas horitas.
Cada vez me sentía peor.
Parecía que alguien utilizase mi cabeza como si fuera un tambor. La tormenta de
mi estómago era impresionante. Tenía la sensación de que alguien me había
cogido y me había hecho girar el cuerpo como una peonza.
Me levanté un par de veces
para vomitar en el jardín. Me arrepentí, me sentía mal por Fauro, pero él mismo
me dijo que no era ningún problema y que ya lo limpiaría. Byok gritaba y
cantaba una canción insoportable y sin ningún argumento lógico. El problema
añadido era que Rélika se agregaba en su concierto, cantaba como un cerdo al
que lo estaban torturando.
Era horrible, y sus chillidos
y canciones hacían que mi cabeza fuese a mil por hora y no pudiese conciliar el
sueño. Después, pero, se dejaron consumir por el virus poco a poco y,
finalmente, se durmieron.
Dormimos horas y horas,
durante toda la tarde y noche. A la mañana siguiente, abrí los ojos, y me sentí
fresca como una rosa. Rélika y Byok aún dormían, plácidos, como si nunca
hubiesen vivido despiertos.
Me levanté, estiré los brazos
para acabar de desvelarme y salí de la habitación. Fui a una pequeña sala,
donde olía muy bien, a flor aromática. Sentado delante de una mesa de mármol
estaba Fauro, bebiendo de una taza un té verdoso.
-Hola, bonita –dijo el
anciano, sin levantar la mirada de la taza-. ¿Has dormido bien? ¿Han dado
resultado mis remedios caseros? Espero que sí. Siempre me esfuerzo mucho en
prepararlos. Si quieres, puedes salir afuera a tomar el aire. Pero, si quieres,
puedes quedarte aquí, si tienes mucha hambre. Tengo de todo. Leche. Pan. Queso.
Más queso. Más pan. Infusiones de todo tipo. Judías. Pero las judías, para
desayunar… También tengo mermeladas. Hechas por mi nieto. Un chico precioso, que
galopa a caballo cada día únicamente para hacer deporte. Que me cuida, que está
por mí a todas horas. Que va a Delino para comprarle comida a Belk. Que…
-Un momento, Fauro. ¿Me acaba
de decir que su nieto va a Delino para comprarle comida al perro?
-Exacto. Veo que no tienes
problemas de oído.
Aquello en teoría era una
broma, pero a mí no me hizo la más mínima gracia.
-¿Dónde está su nieto?
-Veo que te interesa. Normal.
Está hecho todo un hombretón. Gusta a todas las mujeres que lo conocen. Está
afuera, en el establo, con su caballo, Rayo. Tiene el pelo negro como el
carbón, y la crin es blanca como la nieve fría del invierno, y…
No escuché nada más que
aquello. Salí de la casa por la puerta de atrás y busqué el establo,
desesperada. Cuando por fin llegué, me encontré a la persona que menos esperaba
sobre aquel caballo tan precioso que Fauro había mencionado.
-¡Lymra! –dijo aquella voz
tan familiar.
Uriel se bajó del caballo,
sonriente. Me apretó la mano sin que le diese permiso, pero tampoco se la retiré.
-Uriel… no me esperaba
encontrarte aquí. ¿Eres tú, el nieto tan perfecto de Fauro?
-Te ha dicho que soy precioso
y mentiras de este tipo, ¿verdad? Está loco. No te lo creas. Pero lo quiero
mucho. Y tú, ¿qué haces aquí?
-¿Iris no está contigo? –pregunté,
ignorando lo que me había dicho.
-Iris y yo no salimos. Sólo
nos liamos, nada más. Tampoco conozco nada de su vida. Sólo sé que vive en una
casa de por aquí, pero tampoco he ido nunca. A menudo voy a la Mulsiak Laak, porque los dueños son
amigos míos. Siento haberte dejado borracha ayer, Lymra. Vine aquí con Iris,
para hacer cosas… privadas –me sorprendió que fuese tan directo-. No me quedé a
dormir en la posada. Uf, ¡ya me gustaría hacerlo tan solo una noche! Las
habitaciones son más caras que comprar un caballo como éste –señaló, orgulloso,
a Rayo-. ¿Qué haces, tú, aquí?
-¡Eres charlatán como tu
abuelo! –dije, y él se puso a reír- Iba rumbo a Dernia, con el niño aquel,
Byok, y otra chica, una amiga mía. Resulta que, por error, ayer nos paramos a
un riachuelo de por aquí y bebimos un poco de agua, que estaba contaminada.
-¡Ah, el riachuelo de
Martreg! Es duro, no darse cuenta de que aquellas aguas están contaminadas.
Pero, con los remedios de mi abuelo, en un día te sientes de maravilla.
-Uriel –dije, interrumpiendo
sus habladurías-. Me ha sorprendido verte aquí, pero te lo pediré de todos
modos. ¿Podrías llevarnos a Delino? Fauro me ha dicho que vas a menudo a
comprar comida para el perro, y…
-¡Claro! –dijo, rápidamente,
con una sonrisa- A parte de Rayo, tengo una yegua, Perla. Es un sol. Tu amiga y
el niño pueden ir con ella y tú y yo con Rayo. Por mí ningún problema. Es más,
sería un honor para mí llevar a una chica tan preciosa a su destinación…
Se me quedó mirando, con
aquellos ojos verdes tan iluminados, y se me iba acercando lentamente para
besarme. Cuando notaba su aliento y nuestros labios estaban a menos de un centímetro
de distancia, me aparté y entré corriendo a la casa.
Nunca me había besado con
nadie. Y no quería que la primera vez fuese de aquella manera…
Molt bé Rebe.
ResponEliminaDinàmic, divertit i entretingut.
Tens sort, almenys a tu si et deixen escriure, segur que és perquè ho fas molt bé.
Continua.
Petonets
Mira qui parla, no el deixen escriure però cada dia fa tres o quatre poemes...Bah!!
ResponEliminaRebeca, molt bé, escrius molt bé i fa ganes de més!!!!Continua, aviam si ariben d'una vegada a Dernia i aviam què passa allà.